Viven solos. Por las mañanas una chica colombiana va a su casa de 12:00h a 14:00h y les ayuda con la limpieza diaria y la comida. A ella le viene muy bien, por que ya casi no puede andar, sino es con la ayuda de un bastón o apoyándose en la pared del pasillo. A él no le gusta, dice que se mete en sus cosas. El otro día tiro a la basura una botella vacía, y no veas la que lió, resulta que era un recuerdo.
Son de Jerez, pero han vivido en toda España. Hablan con cariño de todos los sitios donde han estado. Especialmente de Canarias, allí nacieron sus hijos.
Ella recuerda mejor las cosas, pero él las adorna e inventa historias magníficas, de esas que son mitad verdad y mitad mentira, pero mentiras vividas que ya son reales de tanto repetirlas.
A ella la edad le ha dejado un poso de ternura y cierta tristeza, perdió un hijo y no siempre les han ido bien las cosas. Pero también le ha aportado una serenidad tremenda para aguantar el dolor. El dolor de las piernas y el dolor de las pérdidas. Aunque a veces flaquea y entonces se derrumba frente a su hija, que la mira y piensa” Son muchos años ya”.
El lo ha hecho todo, ha sido seminarista, guardia civil, estudiante de arte, pintor, practicante, viajero, y aprendiz autodidacta de todo lo imaginable… Ella también, esposa, madre de cinco hijos, abuela, bisabuela…
Y siguen juntos. Se pelean, pero también se ríen y se escuchan. El sigue planeando viajes y aventuras, ella le recuerda -Si casi no puedo andar y tu cada vez ves menos, ¿donde vamos a ir?-.Pero él continua con sus planes, porque va a vivir mil años, y ella estará con él. Porque cuando la mira ve a la niña que conoció en Jerez, como en la fotografía del pasillo, blanco y negro, años 40, los dos del brazo, el de uniforme, ella mirándole.
Su casa, en un barrio antiguo de Valencia, esta llena de fotografías familiares y de cuadros, casi todos pintados por él, y “tantos otros que he regalado”, nos dice siempre. Ya no pinta, la vista no se lo permite, ni con la ayuda de una lupa enorme que le regaló su nieto y tiene siempre a mano. Sus hijos le llaman “El Conde”, y de verdad lo parece, tiene una elegancia innata, hasta cuando esta en pijama.
Me encanta ir a verles, él tiene mil anécdotas que contarte (reales o no, lo mismo da), y ella le mira con una sonrisa, a veces cansada, que lo explica todo.