La historia, con minúsculas, siempre tiene un comienzo indefinido, que se pierde a lo largo del tiempo. Al intentar encontrar ese principio era incapaz de recordarlo.
Suele ocurrir que las cosas más importantes nos parecen irrelevantes cuando empiezan a suceder y sólo una vez transcurridas adquieren la naturaleza de graves, de piezas clave de nuestra historia particular.
Intentaba escarbar entre sus primeros recuerdos, buscando el primer olor, la primera caricia, el primer dolor, el inicio del miedo, de la culpabilidad, del razonamiento que hace perder la espontaneidad a los actos. El momento en el que las acciones humanas dejan de ser instintivas, naturales, reales, cuando se someten al examen de las consecuencias, de los antecedentes, cuando por ello se convierten en humanas.
Le admiraba la capacidad de otros para recordar toda su infancia, todos sus días de niños, juegos, risas, aventuras…Su infancia era una imagen difusa, casi olvidada. Sabía que fue una infancia feliz, pero no la recordaba apenas. Ni siquiera era capaz de ver su cara de niña, su cuerpo de niña. Cerraba los ojos buscando esa niña que una vez fue, pero sólo recordaba las imágenes de las fotografías que guardaba su madre, las historias que te cuentan que protagonizaste de niño sin el recuerdo real de haberlas vivido.
Si no podía recordar su infancia, si recordaba esa otra época, la adolescencia, aunque no era capaz de saber cuando empezó, ni cuanto duro, y presentía que poco a poco también esos recuerdos perecerían convertidos en otra imagen desdibujada, otra vida olvidada e irreal, que no le parecería vivida sino tal vez leída o contada por un extraño.
Así, al haber olvidado el inicio, ha borrado la relación progresiva entre pasado, presente y futuro. Anulada la temporalidad, se concentra todo en el instante presente, en el “ya” fugaz e inocuo. Sin querer había hecho desaparecer el tiempo.